Rachel Berenger odia a su nuevo hermanastro.
Es engreído, terco y está demasiado obsesionado consigo mismo.
Ya sabes lo que dicen...
Es una delgada línea la que separa el amor del odio.
La madre de Rachel se ha enamorado.
Es un noviazgo relámpago, como los que se producen en los sueños y en las noticias sobre la felicidad de las seis de la tarde.
A Rachel le parece bien, sobre todo porque su madre se merece algo de felicidad.
Y tampoco está de más que pueda vivir en una casa en la montaña y no preocuparse por las facturas, para variar.
Todo es perfecto como en un cuento de hadas, o eso parece.
Pero, como en todos los cuentos, Rachel tiene que enfrentarse a un ogro malvado.
O en este caso, su nuevo hermanastro Lucas.
Lucas es insufrible y enseguida Rachel sabe que nunca serán amigos.
Se compromete a ignorarlo y a no meterse en su camino.
Sería un gran plan, excepto por una pequeña cosa...
Están varados juntos en una isla desierta.
Sola y sin ningún lugar donde esconderse, Rachel se ve obligada a pasar todo su tiempo con Lucas.
Cuando no está pensando en estrangular a su nuevo hermanastro, recuerda lo bien que besa...
Y se pregunta en qué más es bueno.
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